Y me hice la sueca

“Uno cree que va a hacer un viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace a él”- Nicolás Bouvier.

Cuando era pequeña siempre supe que me encantaría viajar, conocer lugares nuevos, distintas culturas siempre me suscitaba una emoción desbordante que me hacía soñar que caminaba por calles inundadas de color, de magia. Dejando a un lado los viajes que hice cuando era una niña, de los cuales ni me acuerdo, el primer viaje  al extranjero del que fui consciente realmente fue a Londres hace un par de años. A la edad de quince años, me monte en un avión y volé a Londres, donde estuve en compañía de mi madre y mi hermana durante unos cuatro días, pero no tuve mucho tiempo de envolverme en la magia del lugar. Mi última aventura pirata por el mundo, no es que haya hecho muchas pero para mi suponen un universo y parte de otro, fue el mes pasado, cuando participé en un intercambio con Suecia. Dicho intercambio consistía en que yo viajaba a Estocolmo, donde viviría con un estudiante de español, que luego vendría a mi casa en Bilbao.

La primera impresión que tuve del viaje no fue precisamente positiva, tuve que vivir con un chico, lo cual para mi iba a resultar incómodo, pues no tengo ni hermanos ni primos con los que haya convivido nunca. Por otro lado, la personalidad de los suecos me resulto particularmente fría, lo cual no impidió que acabara haciendo unos amigos fantásticos que, estoy segura, durarán para siempre.

Una de las cosas que aprendí en el viaje, o más bien cuando regresé, fue que la mente del viajero debe ser indudablemente abierta. No puedo evitar pensar como antes del viaje, creía que era la persona con la mente más abierta del mundo, la más moderna, pero no es así. Inevitablemente mi mente recurrió a varios juicios arbitrarios potenciados por mi nerviosismo y la falta de información. Si es cierto que el viaje tuvo algunos aspectos negativos que no narraré, pero los momentos buenos, los sitios tan bonitos que visité, algunas personas que conocí y los ataques de risa los superan con creces.

Mi rutina en los primeros siete días del viaje era tal que así:

Me levantaba sobre las siete, desayunaba; por cierto el desayuno sueco no fue precisamente mi parte favorita del viaje. Después, iba a clase con “mi sueco” y acudía a las clases de español del colegio Rudbeck en Sollentuna. Las clases eran de todo menos variadas, entrábamos, nos sentábamos, nos hacían cuatro preguntas y cambiábamos de clase para hacer sencillamente lo mismo. A las doce menos veinte comíamos en el comedor del colegio (ese horario tampoco es que me entusiasmara demasiado) y después íbamos con nuestros profesores al museo que tuviéramos programado para ese día. Después de esto, teníamos algo de tiempo libre hasta que nos tuvieran que venir a buscar nuestros suecos para ir a casa a cenar y acostarnos sobre las nueve.

Cabe destacar que otra de las cosas que más me chocó de Suecia fue su sistema educativo. La enseñanza pública sueca es fantástica, todos los estudiantes tienen un ipad y horarios razonables sin necesidad de madrugar todos los días. Las instalaciones también son increíbles y a los alumnos les pagan una media de 120 euros al mes por asistir a clase. Esto se debe a que pagan muchos impuestos, tienen un poder adquisitivo claramente superior al nuestro y la corrupción es algo impensable en su gobierno.

Puede parecer aburrido, pero no lo fue para nada. Tan solo el hecho de comprar en una tienda, con la consiguiente conversación con el dependiente, ya resultaba un sketch de José Mota.

En cuanto a la ciudad, simplemente maravillosa. Cada paso que daba en Estocolmo me parecía que me convertía en una viajera protagonista de alguna novela. Aquella ciudad está sin duda, rodeada de magia. Cada calle, cada fachada, farola podría ser una obra de arte y la majestuosidad del rio me dejó sin palabras.

Los dos últimos días estuve en un albergue con todos mis compañeros y fue sin lugar a dudas, la mejor parte del viaje. Lo mejor de estar en un albergue fue que tuvimos libertad para hacer lo que quisiéramos siempre y cuando no la liáramos. No fue tan agradable para los extranjeros que durmieron con nosotros, que se quejaron del ruido y el desorden que ocasionamos en las habitaciones y en la cocina común.

Para concluir, os diré que me siento afortunada de haber podido participar en esta experiencia. Gracias a personas como Rebecca y Fanny por acompañarme y darme vuestra amistad, I wish our frienship will last forever you especially made my trip amazing. Gracias también al resto de suecos con los que he entablado amistad: Gustav, Cristopher y Sebastian

I hope guys you are doing well and honestly, I love you from the bottom of my heart, you are really special people.

Por ultimo pero no menos importante, gracias a Goiuri, Leire, Eneko y a mi hermana del alma, Amaia, por compartir esta aventura conmigo. Os quiero y ¡que vívan las alfombras!

Viajar primero te deja sin palabras y luego te convierte en un narrador.

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